Corrían los años 80 cuando, en vísperas de una remodelación, el administrador del estadio Maracaná le regaló a Moacir Barbosa [arquero brasileño durante el Mundial 1950] los palos y el travesaño del viejo arco fatídico. Antes de comprobar si se trataba de un gesto afectuoso o de otra burla no dudó en sacar provecho de la jugada; convocó en su casa a los pocos amigos que le quedaban, y una vez que la mesa estaba armaba el patio se pobló, el anfitrión ceremonioso y resuelto le dio fuego a los maderos, todavía pintados de blanco, y remató el pequeño exorcismo con una parrillada. Moacir Barbosa, el ágil y seguro portero carioca, el hombre marcado de por vida por un crimen que no cometió, falleció en Sao Paulo el 7 de abril de 2000 a la edad de 73 años.
Debajo los goles de Uruguay, de Pepe Schiafiino y Alcides Ghiggia del empate y triunfo de Uruguay en el maracaná.
Aquí debajo el tema que le dedicó Tabaré Cardozo y la historia contada por Eduardo Galeano.
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