Aquel viernes 17 de noviembre de 1972, a las 11.15, cuando el general Juan Domingo Perón bajaba rozagante la escalerilla del DC-8, se consumaba al fin, la legendaria consigna "Perón vuelve". La escena lo decía a gritos, diez meses después el líder septuagenario alcanzaría por tercera vez la presidencia, con el 61,86 por ciento de los votos.
LA FOTO MAS CONOCIDA DE LA LLEGADA DE PERON, CON RUCCI A SU LADO.
Una escolta imponente
En vista de que el gobierno militar no toleraría una concentración de masas como las que habían sido tan caras al peronismo de mitad de siglo ("a mí no me van a hacer un 17 de Octubre", decía Lanusse), Perón había aprobado la idea de volver al país con una escolta imponente, un avión repleto de figuras destacadas que ostentara la laxitud del arco peronista en los campos político, cultural, religioso, científico y deportivo. Así fue.
Perón e Isabel venían en primera. En la clase turista (tampoco se había inventado aún la clase intermedia) se mezclaban Lorenzo Miguel, Casildo Herreras, Deolindo Bittel, Oscar Bidegain y Ricardo Obregón Cano con el cura tercermundista Jorge Vernazza, el futbolista José Sanfilippo y el cantante de tangos Oscar Alonso, el boxeador Abel Cachazú y el historiador José María Rosa, al lado de Hugo del Carril, Leonardo Favio, Chunchuna Villafañe y Marilina Ross. Entre los 153 pasajeros cuidadosamente seleccionados figuraban la escritora Martha Lynch, el entonces popular autor teatral Juan Carlos Gené y hasta el cardiocirujano Miguel Bellizi, quien venía de hacer el primer trasplante de corazón en la Argentina. De la vieja guardia peronista sobresalía Juana Larrauri. Había una plantilla de ministros de Economía (Alfredo Gómez Morales, Pedro Bonani, Antonio Cafiero), un futuro canciller menemista (Guido Di Tella), alguien que tras sufrir la desaparición de una hija devendría dirigente de derechos humanos (Emilio Mignone) y un periodista enviado por Canal 11 que por esas horas se convirtió al lopezrreguismo (Jorge Conti). Viajaban como políticos los médicos Raúl Matera y Jorge Taiana. No faltaban militares retirados: el coronel croata Milo de Bogetich, el capitán de navío Ricardo Anzorena (de decisiva injerencia en la lista de pasajeros, resuelta en definitiva por Perón), el comodoro Arturo Pons Bedoya y el general Ernesto Fatigatti, entre otros.
Hoy, aproximadamente un tercio de los pasajeros ya falleció. Los tres más notables precursores de la farandulización de la política, Chunchuna Villafañe, Marilina Ross y Leonardo Favio, se consagraron a sus artes (aunque su compromiso con el Operativo Retorno quedó grabado a fuego en sus biografías). Otros se fueron del justicialismo, como la hoy frepasista Nilda Garré. Y estuvo quien voló en 1972 con credenciales de la primera hora y hoy, tres décadas después, sigue actual: Antonio Cafiero.
Presidentes peronistas
Sin que ellos lo supieran, viajaban en el chárter todos los presidentes peronistas del siglo XX: además de Perón, Héctor Cámpora, Raúl Lastiri, Isabel Perón y Carlos Menem. Había un pasajero Eduardo Duhalde, pero era otro: el abogado -hoy camarista- entonces vinculado con la guerrilla peronista en sociedad con Rodolfo Ortega Peña, sentado cerca de él en el avión. Ortega Peña iba a ser asesinado poco tiempo después en la avenida 9 de Julio por la Triple A de José López Rega, quien casualmente estaba viajando ese legendario viernes varios asientos más adelante y más cómodo: en primera. Estremece imaginar que El Brujo hubiera comentado la emoción del viaje, por ejemplo, con el padre Carlos Mugica, otro elegido de la Triple A para morir. O que el sindicalista Rogelio Coria hubiera supuesto desde una ventanilla del Giuseppe Verdi (así se llamaba la nave, que no era otra que la que Alitalia cedía frecuentemente al papa Paulo VI) que iba a ser asesinado, en pocos meses más, por los Montoneros, representados a bordo por gente de segunda línea o por mayores aliados.
El arribo
Al final tanto acompañante célebre no le ahorró a Perón un primer día de encierro en el vetusto Hotel Internacional de Ezeiza, donde lo depositó un Ford Fairlane rodeado de motos policiales en medio de un confuso forcejeo de palabra con los militares. Lo que discutían era si Perón estaba o no preso en el hotel. Las autoridades, probablemente más empeñadas en fastidiar al enemigo que en cumplir un plan premeditado, decían que lo mantenían allí, cuándo no, "por razones de seguridad". Sólo en la madrugada del sábado el gobierno le permitió trasladarse hasta Vicente López para estrenar la casa de la calle Gaspar Campos, donde alternaría con multitudes peronistas dosificadas por el régimen y por la estrecha geografía.
Lo que tuvo en común la vuelta del 17 de noviembre de 1972 con la del 20 de junio de 1973 fue la ignorancia del repitente pasajero Cámpora. Aunque en el chárter le tocó un asiento en primera, al lado de su esposa, junto a los Perón, él no sabía que el líder, al final de la estada de 29 días en Buenos Aires, lo iba a seleccionar para presidente de la Argentina. Y cuando "el Tío" volvió a volver (la redundancia es intencional) ya como presidente, desde Madrid, trayendo al líder para siempre, tampoco sabía que en un par de semanas iba a tener que dejar el sillón de Rivadavia para que López Rega instalase a su yerno. El yerno, ya se sabe, fue un puente. La movida iba a desembocar en la madre de todas las vueltas: la de Perón a la Casa Rosada.
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