Con sabores simples y precios bajos, es la marca del rubro más vendida del país: elaboran más de dos millones de unidades diarias, trabajan sin stock y mantienen el modelo de empresa familiar. Revolucionarios en sus modos de comercialización, reinventaron esta golosina y la llevaron de la confitería al kiosco.
“Acá viene el Chino, ¡se come un Guaymallen!”, grita el relator Osvaldo Principi en medio del fervor final de la pelea entre Marcos Maidana y Floyd Mayweather sobre el ring del MGM de Las Vegas. La secuencia es la siguiente: es el 3 de mayo de 2014 y el boxeador santafesino espera el resultado de una contienda que se definirá por puntos. Todo indica que perderá, pero el estadio entero lo ovaciona mientras dos periodistas norteamericanos se disponen a entrevistarlo. “One moment”, dice el Chino. Abre el envase y se lleva a la boca un alfajor simple de dulce de leche. “¡Guaymallen!”, exclama. Al advertir la maniobra publicitaria el reportero intenta desviar la atención, pero ya es tarde.
Esa noche, el alfajor popular más vendido de la Argentina estuvo en el centro de atención del mundo. Y lo hizo en boca de un peleador humilde de Santa Fe que llegaba a lo más alto de su carrera, terminando de hilvanar un largo camino en el que se cruzan diferentes factores: el origen de la industrialización de la golosina argentina más importante, los buscas y la vuelta de la democracia, la innovación en publicidad en las canchas de futbol, los valores y hallazgos de un emprendedor del siglo pasado, las industrias que producen y venden en sectores populares y el lugar que ocupa el alfajor en la alimentación local.
El planeta conoció al alfajor que en la Argentina desde hace años está todos los días en cada kiosco, en cada mercado, en cada rincón de un país que los consume como ninguna otra golosina.
DOS MILLONES POR DÍA
Las puertas del depósito de la fábrica de Guaymallen están abiertas y a unos metros hay un camión ploteado con la imagen de una marca de dulce de leche. Hay varios palets, no muchos, esperando pacientemente que los pasen a buscar. “Todo se vende en el día, no tenemos stock”, nos cuentan. Vemos un brazo mecánico, ese día parado por un desperfecto. Tres hombres y una mujer reciben las cajas cerradas, las revisan y las dejan para el último tramo: la máquina las apila en orden, listas para salir a la venta. “Todo el proceso de elaboración debe durar unos 22 minutos”, nos dice un empleado que trabaja en la empresa hace un par de décadas, agregando que si la producción fuera lineal todo sería más rápido. El camino que va desde la elaboración de las tapas hasta el empaque final es un laberinto que se fue construyendo con el crecimiento de la compañía, mientras se iban comprando las propiedades hasta ocupar casi toda una manzana en Mataderos. Antes de estar como encargado, nuestro guía trabajó en un colegio de la zona y ahora algunos de sus alumnos son obreros en la fábrica. Todo parece quedar en el barrio, en familia. Es el final del camino de la elaboración del alfajor más popular del país, el pionero en su industrialización y el que aún se elabora en el seno de una empresa familiar en un mercado millonario que crece y que atrajo a los gigantes de la industria de la golosina.
“Hacemos dos millones de alfajores por día y estamos con 30 días de atraso en las entregas”, cuenta Hugo Bassilota sentado en su escritorio, rodeado por un cuadro con la imagen de Pugliese y la tapa enmarcada de la revista Ring Side en la que está junto a Maidana sobre el ring de Las Vegas. Una y otra imagen resumen extremos de la historia de la marca.
EL ORIGEN DEL ALFAJOR
El creador de los alfajores Guaymallen (así, sin tilde en la “e” y sin motivos claros para ello) fue Ulpiano Fernández, argentino, hijo de gallegos, habitante de la localidad de Sarandí, que un día se cansó de tener que ir todos los días al centro de la ciudad por su trabajo como comprador de ramos generales y le propuso al hermano de su novia, que era confitero, meterse a hacer alfajores. Era 1945, él tenía 30 años y el alfajor era uno de los tantos productos dulces que se vendían en las confiterías, cuando los kioscos casi no existían.
“Mi suegro fue un pionero y tenía la idea de hacer cosas distintas: los empezó a envolver, los puso en cajas, fue innovando mucho”, recuerda Hugo, que trabajó desde muy joven con él cuando ya estaba claro que su noviazgo con Cristina, a quien había conocido en uno de los tradicionales bailes de barrio, iba camino al altar. Luego de alquilar una panadería para industrializar la producción, Ulpiano fue incansable en las mejoras para imponerlo en el mercado. “¡Hasta hizo el alfajor ovalado!”, contó Hugo, recordando también que en 1951 Guaymallen fue la primera compañía en colocar un cartel publicitario en una cancha de fútbol argentina, más específicamente en la de Ferro, para luego ocupar por años el lugar por el que salían los jugadores en la Bombonera. En ese entonces, y por mucho tiempo, los estadios eran el lugar de consumo de productos populares. El cartel de Guaymallen en la cancha indicaba que era ese mismo alfajor el que se compraba para comer en el entretiempo, mucho antes de la aparición de los sofisticados carteles con las grandes marcas internacionales.
En 1976, la fábrica mudó la producción de la calle Boyacá en Paternal a su ubicación actual en Martiniano Leguizamón 1235. Todo se hacía bajo la mirada paternal de Ulpiano, que trabajó hasta los 95 años en la planta junto a Cristina, quien hoy es la presidenta de la empresa (sí: Cristina presidenta). “Hasta 1982, 1983 la empresa andaba bien, producía y vendía unas 2000 cajas por día. Pero fue entonces cuando llegaron los buscas y toco cambió”, cuenta con una sonrisa Hugo. Eran los inicios de la democracia, con una tímida industria de alfajores que no podía ni siquiera soñar con las más de mil millones de unidades que vende por año actualmente.
“Un día a eso de las diez de la mañana llegaron dos tipos grandotes en un Falcon, dijeron que eran los que tenían toda la venta de la estación Retiro, pidieron 100 cajas para probar cómo les iba con eso y pagaron en efectivo”, recuerda Hugo. Para una fábrica que vendía 2000 cajas por día, era una buena forma de empezar. Mejor aún cuando a las tres de la tarde volvieron con una camioneta y pidieron 500 cajas más. Y una revolución cuando al día siguiente directamente pidieron mil. El éxito de ventas del “guayma”, como muchos conocen al alfajor, comenzó a crecer entre los buscas y en poco tiempo llegaron para comprar también de Morón, Constitución, Merlo, Moreno y Once. Y fue un fenómeno que se mantuvo a pesar de los cimbronazos de la economía local: aquellos que ya han pasado los 35 años de edad recordarán la oferta de “10 alfajores por un austral” en las estaciones de tren en tiempos de Alfonsín, mientras que los más jóvenes tal vez recuerden los “10 alfajores a un peso” en tiempos del 1 a 1 de Menem. Estos vendedores cambiaron para siempre la historia de Guaymallen, que a partir de allí no detuvo su crecimiento, fue ampliando sus fábricas y se transformó en líder absoluto del segmento de alfajores populares, que hoy rondan los tres pesos, entre cuatro y cinco veces menos que las marcas de primera línea.
ALIMENTO POPULAR
La fábrica actual ocupa casi dos manzanas completas y trabaja 24 horas al día con alrededor de 200 empleados, mientras construyen una nueva planta en Spegazzini, de 5000 metros cubiertos en un predio de 50.000 con el que podrán ampliar la producción y abrir el juego para que los hijos de los creadores puedan hacer que la empresa siga creciendo. “Hay que darle lugar a los hijos”, reconoce Hugo, quien tuvo con Cristina tres mujeres y un varón, responsables del reciente aggiornamento de la marca con nuevo envase y una versión más moderna del clásico ‘changuito’ de su logo.
La producción de Guaymallen se divide en 40% de alfajores de chocolate, 40% de dulce de leche y 20% por ciento de fruta, un objeto de culto que tiene miles de fanáticos en el país cuya fidelidad no deja de sorprenderlos. ¿La división exacta del gusto popular? Hugo reconoce que Fantoche es el creador indiscutido del alfajor triple pero que ellos tienen el propio, que lidera las ventas en el interior del país. La última creación fue el Guaymallen de Oro, el único producto premium de la marca y un homenaje a Ulpiano y sus primeras creaciones.
Tal vez el reinado del alfajor tenga que pensarse dentro de los cambios de vida y alimentación de mucha gente en los últimos 30 años. Una historia que tiene a Guaymallen en el centro del ring, sin tantos flashes como en Las Vegas pero en el corazón de la historia popular de nuestras golosinas.
EL ALMUERZO DE NÉSTOR K
Hay una anécdota que resume el lugar que ocupa el Guaymallen como parte importante en el almuerzo, la merienda o la cena de muchos: cuando Hugo Bassilota fue con el Chino Maidana a la Quinta de Olivos tras su derrota en Las Vegas, Cristina Fernández de Kirchner pidió conocer “al señor de Guaymallen”. ¿Por qué? Porque quería contarle que sus alfajores fueron el almuerzo de ella y Néstor cuando estudiaban juntos en la Universidad de la Plata. “Todas las golosinas son buenas, pero no hay ninguna nutricionalmente para los chicos como el alfajor. Tiene huevo, dulce de leche, cacao, dulce, galletita…”, sentencia Hugo.
por Tomás Balmaceda y Martín Auzmendi
fotos: Santiago Ciuffo
Fuente: http://www.planetajoy.com/